lunes, 24 de mayo de 2010

COMPORTAMIENTO CONTRAINTUITIVO DE LA NATURALEZA


La evolución humana no nos ha capacitado para entender el funcionamiento de la Naturaleza; lo más que podemos esperar del conocimiento de ella es una aproximación aceptable.
Siempre viene bien recordar en relación con la Naturaleza que somos juez y parte; somos como las hormigas, las bacterias, los vampiros, etc., una minúscula fracción más de ella y cuanto antes no demos cuenta mejor para todos.
Los sistemas en que dividimos la Naturaleza, ya que toda de golpe es como si se nos cayera el cielo sobre la cabeza; son principalmente procesos no lineales. Los sistemas no lineales no los comprendemos y por tanto lo que conseguimos con nuestras acciones la mayoría de las veces es cagarla; es decir provocamos exactamente los resultados opuestos a los deseados. Un buen ejemplo es la política económica del gobierno español.

Vamos a intentar explicar esta afirmación con un caso de libro: los ciervos de la Meseta de Kaibab.



La Meseta de Kaibab se encuentra en el norte de Arizona (USA) cerca del Gran Cañón del Colorado, con una extensión de 1.000.000 acres. En 1907 el Presidente Theodore Roosevelt tomó la decisión de crear la Reserva Nacional de Caza del Gran Cañón, la cual incluía la Meseta de Kaibab, con la prohibición absoluta de cazar.
En 19007 la población de ciervos era escasa alrededor de los 5.000 por la caza unida a la acción de los depredadores: lobos, pumas, coyotes y linces. La unión de ambos factores impedía el aumento del número de ciervos.
Además se siguió la política de dar una recompensa para incentivar la caza de los depredadores naturales del ciervo. En un breve plazo fueron exterminados. Viene bien aclarar que la alimentación principal de los grandes depredadores no eran los ciervos, entre otras cosas porque son difíciles de cazar; como mucho podemos estimar que cada depredador cazara a lo sumo unos tres ciervos al año.
Con la prohibición de la caza y la extinción de los pumas y de los demás enemigos naturales del ciervo, la población empezó a crecer muy rápidamente; para regocijo de todos. La manada de ciervos se incrementó desde los 5.000 antes de 1907 a unos 50.000 en unos 15 años. Este enorme incremento produjo un pastoreo abusivo y la consiguiente degradación del hábitat.
Al agotar la comida disponible en la meseta empezó el calvario de los cérvidos. Durante los inviernos de 1924 y 1925 murió casi el sesenta por ciento de la población de ciervos de la meseta. La población de ciervos continuó disminuyendo durante los siguientes años, y finalmente se estabilizó en unos 10.000 hacia 1940.
La subalimentación hizo que los animales murieran en gran número debido a enfermedades y parasitosis.

Este ejemplo pone de manifiesto el comportamiento contraintuitivo de la Naturaleza; lo lógico es que al eliminar sus depredadores los ciervos aumentaran, como sucedió, y este aumento se mantuviera en el tiempo, pero esto último no ocurrió. Los gestores se lucieron; los ciervos incrementaron su número exponencialmente para luego caer en picado y estabilizarse en un valor el doble del inicial, pero a costa de reducir la biodiversidad al eliminar a los depredadores y degradar considerablemente el entorno.

Observamos que un territorio sólo puede alimentar a un número determinado de individuos según sea su capacidad límite y los recursos alimenticios primarios ofrecidos por la vegetación. Desde que se sobrepasa la capacidad límite la catástrofe está al caer; la degradación de la cubierta vegetal, la erosión del suelo y las epizootias de animales son sólo sus consecuencias.

Los depredadores son necesarios por su papel en la limitación de las poblaciones de sus presas. Eliminan principalmente a los animales enfermos (evitando epidemias), lisiados y viejos con lo cual mejora el estado de las poblaciones. Esta regulación en el número de determinados animales impide que estos se conviertan en plagas. Al estar controlada su abundancia comen mejor, están más sanos y no degradan el medio.

El problema que tenemos es que la mayoría de los predadores están en vías de extinción y no pueden ejercer su función ecológica, con lo que se producen disfunciones en la biocenosis y deterioros en los biotopos que desajustan los equilibrios biológicos.
Una inmensa cantidad de los planes para proteger a los depredadores en vías de extinción no sirven de nada; bueno para que los responsables de ellos vivan mejor que lo que se merecen y encima de todo se crean que son los salvadores del planeta.

Este es el caso del Lince Ibérico; después de no se sabe cuantos millones de € gastados, programas europeos de conservación,  mogollón de artículos científicos publicados que han supuesto putear a los linces en libertad todo lo posible porque había que capturarlos con el riesgo de herirlos o matarlos para tomarles muestras, ponerles collares con antenas que limitan su actividad y su capacidad de mimetización;  y a día de hoy no se sabe ni cuantos linces hay. Más de uno murió por esta causa, en alguno de estos lances la muerte fue motivada por el hambre y la sed debido a la desidia de sus captores al olvidárseles que tenían que ir a recogerlos de las trampas. Durante años se usó cepos acolchados para apresarlos, que dejaron heridos, mutilados o lesionados según parece al 60 %  de los que cayeron en los cepos.


El lince sigue en grave peligro de extinción y el gran éxito que se ha cosechado es que parece que se pueden crear granjas de linces e ir repoblando según interese como con las truchas.
En definitiva al Lince Ibérico no se lo ha protegido se lo ha investigado como si fuera una cobaya de laboratorio. Su odisea empezó en Doñana y cuando ahí no hubo suficientes se fue a por los linces de Sierra Morena que subsistían aceptablemente a su bola, incluso dentro de cotos de caza. Con la justificación de los programas de cría en cautividad lo que se ha hecho ha sido robar linces de su medio natural, para según parece poner en funcionamiento estas granjas y a lo mejor dentro de unos años, la carne de lince estará en las cartas de los restaurantes de diseño en los que los platos de la vajilla estarían mejor colgados de las paredes en las casas de los horteras.


Como la reintroducción de predadores es difícil de conseguir y no está bien vista; me imagino lo que podría pasar si se les ocurriera introducir el lobo en Sierra Nevada.
La única solución que queda es ser nosotros los que ocupemos ese nicho ecológico, para lo cual estamos muy bien diseñados. Desmond Morris afirma en su libro “El hombre desnudo” que el macho humano es la especie animal que ha tenido mayor impacto sobre el planeta; pues por una vez utilicemos esa capacidad con inteligencia. Se me olvidaba, a partir del invento de la pólvora la hembra humana tiene la misma capacidad de depredación. Si no me creen, les recomiendo que vean Memorias de África.

Vivimos en una época que la mejor manera de conservar el medio natural consiste en la explotación racional de los recursos y una de ella, nos guste o no, es la caza controlada.
No soy cazador y la pólvora me gusta en los fuegos artificiales. Desde mi más tierna infancia mantengo una duda filosófica que aun no he podido resolver y esta es: ¿Quién es más embustero un cazador o un pescador?

MODELO DINÁMICA SISTEMAS KAIBAB
Voy a utilizar un modelo de dinámica de sistemas para explicar el comportamiento de los ciervos en la Meseta de Kaibab. El modelo está tomado del libro “Teoría y ejercicios prácticos de Dinámica de Sistemas” de Juan Martín García. El modelo es el caso 2 titulado: “Ecología de una reserva natural”.


Diagrama causal
Diagrama de flujo



Datos de partida

  • Número ciervos 5.000
  • Número de depredadores 500. Consideramos que todos los depredadores son pumas
  • Eliminamos los 500 pumas en el año 1907
  • Reintroducimos los 500 pumas en 1936
  • Área 1.000.000 de acres
  • Densidad ciervos inicial 200 acres/ciervos
  • Pasto inicial 100.000 toneladas
  • Suplementamos pasto durante los años 1930 a 1936
  • Pasto por ciervo inicial 20 toneladas
  • Ciervos cazados por puma iniciales 2 ciervos/año
Simulación     
Al ejecutar el modelo, el número de ciervos sigue un comportamiento análogo a lo que sucedió en la meseta Kaibab. El número de ciervos permanece constante para posteriormente aumentar exponencialmente con la extinción de los pumas hasta que el pasto escasea y provoca la disminución de la población de ciervos; que finalmente se estabiliza en torno a los 12.000 ejemplares.
Se puede observar una caída drástica en la cantidad de pasto disponible que no se recupera a pesar del descenso tan acusado en el número de ciervos; pasando de 100.000 toneladas a unas 12.000. El exceso de ciervos ha provocado la disminución de la productividad primaria indicando que ha tenido lugar una degradación considerable del hábitat. La productividad primaria neta es una medida de la tasa a la cual los productores primarios almacenan energía en forma de materia, que luego queda a disposición de los consumidores primarios. El productor primario, en tierra, es principalmente una planta y el consumidor primario un herbívoro.





Vamos a ver que sucede cuando reintroducimos los pumas en el año 1936. 



Se puede observar como disminuye el número de ciervos pasando de unos 12.000 a unos 11.000 y al disminuir el número de ciervos aumenta la cantidad de pasto disponible; que crece de 12.000 a 13.500 toneladas. Al decrecer el número de ciervos por la caza de los pumas se incrementa la productividad primaria de la meseta.

Voy a juguetear un poco con el modelo, para ello voy a permitir la caza controlada de ciervos por el hombre.
 El nuevo diagrama de flujo es:





Las hipótesis que voy a emplear son:

Ø      No hacemos nada. Nombre simulación Los dejamos a su bola.
Ø      Suministramos forraje desde el año 1930 al año 1935. Nombre simulación Suministro forraje.
Ø      Reintroducimos 500 pumas en el año 1936; más forraje como en la simulación 2. Nombre simulación Reintroducción 500 pumas 1936.
Ø      Permitimos cazar 1.500 ciervos/año a partir de 1936, más reintroducción pumas y suministro de forraje. Nombre simulación Caza 1500 ciervos.
Ø      Permitimos cazar 2.250 ciervos/año a partir de 1936, más reintroducción pumas y suministro de forraje. Nombre simulación Caza 2250 ciervos.
Ø      Permitimos cazar 2.500 ciervos/año a partir de 1936, más reintroducción pumas y suministro de forraje. Nombre simulación Caza 2500 ciervos.





A partir del análisis de las simulaciones podemos inferir que:
o       El suministro de forraje produce un aumento apreciable en el número de ciervos; que es deseado.
o       La reintroducción de pumas ocasiona una leve disminución en el número de ciervos  y un aumento en la cantidad de pasto disponible.
o       Permitir cazar al hombre controladamente hace que el número de ciervos decrezca y aumenta el pasto disponible. Se puede observar que a partir de un determinado valor de ciervos cazados al año por el hombre se produce la extinción de la población de cérvidos.

Con estos datos suministrados por las simulaciones me decantaría por la simulación Caza 1500 ciervos que es una opción conservadora. Cazar 1.500 ciervos al año, suministrar forraje durante 6 años y reintroducir pumas nos estabiliza la población de ciervos en un 40 % por encima del valor inicial. Además conseguimos revertir la degradación del hábitat al aumentar la productividad primaria en 115 % del valor de partida. 


sábado, 22 de mayo de 2010

LA JUNTA DE ANDALUCÍA SE NIEGA A REALIZAR UN ESTUDIO EPIDEMIOLÓGICO DEL CAMPO DE GIBRALTAR


La Comisión Europea en respuesta a la Petición 1098/2007 sobre la realización de un estudio epidemiológico integrado de los habitantes del Campo de Gibraltar (Andalucía, España) y Gibraltar (Reino Unido) indica.

"Los habitantes de Gibraltar y del Campo de Gibraltar consideran que tienen el mismo derecho a la salud que otras zonas de Andalucía, así como el derecho a saber por qué mueren antes que en otras zonas similares. La correspondiente legislación europea, española, británica y andaluza les otorga este derecho, pero el organismo público con competencias en la materia se niega a ello. Aunque el Gobierno de Gibraltar está dispuesto a realizar este estudio epidemiológico en su propio territorio, es evidente que debe llevarse a cabo en coordinación con el Gobierno regional de Andalucía".

La Comisión concluye:
"No existe una obligación jurídica de realizar estudios epidemiológicos. Sin embargo, la Comisión desea señalar que, de conformidad con el Plan de acción europeo de medio ambiente y salud 7, para comprender y abordar los problemas sanitarios relacionados con el medio ambiente
es imprescindible la cooperación continuada entre numerosos actores: Comisión Europea, Estados miembros, autoridades nacionales, regionales y locales, comunidades medioambientales, sanitarias y científicas, la industria, la agricultura y los agentes interesados. Todos estos actores comparten la responsabilidad de realizar avances en este complejo asunto."

El escrito de la Comisión Europea a la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo se puede descargara en la siguiente dirección:

http://www.europarl.europa.eu/meetdocs/2009_2014/documents/peti/cm/802/802727/802727es.pdf


viernes, 14 de mayo de 2010

HAY VECES QUE UNA IMAGEN NO VALE MÁS QUE MIL PALABRAS

Ha pasado un tiempo prudencial desde los terremotos de Haití y Chile y he vuelto a leer el artículo que escribió Jack London sobre el terremoto de San Francisco. A pesar de la cantidad de imágenes que vimos de estas catástrofes, a mí entender, este artículo refleja mucho mejor todas las consecuencias que lleva aparejadas los desastres naturales de estas magnitudes.
Nos han sobresaturado de información; principalmente en los telediarios que vemos sentaditos cómodamente delante de un plato de comida, calentitos y bajo techado observando y comentando las calamidades ajenas. Los telediarios no están concebidos para informar sino para entretener y hacernos ver que hay mucha gente que esta peor que nosotros; en definitiva que somos afortunados.


San Francisco ya no existe



El terremoto derribó en San Francisco centenares de miles de dólares en muros y chimeneas. Pero la conflagración que siguió quemó inmuebles por el valor de cientos de millones de dólares. No hay estimaciones certeras respecto a estos centenares de millones. Nunca una moderna ciudad imperial había sido destruida tan completamente. San Francisco ya no existe. No queda nada de ella más allá de recuerdos y las siluetas de algunas casas en las afueras. La zona industrial ha sido barrida. Las fábricas y talleres, los grandes comercios y edificios de prensa, los hoteles y palacios de los pudientes, todo ha desaparecido. Quedan sólo las siluetas de algunas casas en las afueras.
Menos de una hora después de que el terremoto remeciera todo, el humo que desprendía San Francisco en llamas formaba una espeluznante torre visible a cientos de millas. Y durante los siguientes tres días y sus noches esa espeluznante torre se balanceó en el cielo, enrojeciendo el sol, oscureciendo el día e inundando el terreno de humo.
El terremoto llegó el miércoles a la mañana, a las cinco y cuarto. Un minuto después las llamas se elevaban en una docena de barrios distintos al sur de Market Street, en la zona proletaria, y en las fábricas, donde el fuego había empezado. No hubo nada que detuviera las llamas. No hubo organización ni comunicación. Todas las astutas instalaciones de una ciudad del siglo xx han sido destruidas por el terremoto. Las calles se han levantado formando montículos y depresiones, y están cubiertas de escombros de muros derribados. Los rieles de acero se han doblado formando ángulos perpendiculares y horizontales. Los sistemas de teléfono y telegrafía se han visto interrumpidos. Y la red de suministro de agua ha reventado. Todos los inteligentes inventos y salvavidas de los hombres han sido puestos fuera de servicio por treinta segundos de remezón de la corteza terrestre.

el fuego ha realizado su propia selección
Para el miércoles a la tarde, en sólo doce horas, la mitad del corazón de la ciudad había desaparecido. A esa hora vi el enorme incendio desde la bahía. Había una calma mortecina. Ni un soplo de viento removía el ambiente. Sin embargo, desde todas partes el viento caía sobre la ciudad. Este, oeste, norte y sur, fuertes vientos soplaban sobre la ciudad condenada. Al ascender, la masa de aire caliente conseguía un enorme efecto chupón. Así, el fuego mismo construía su propia y colosal chimenea a través de la atmósfera. Día y noche esta calma mortecina continuaba, y aún cerca de las llamas, el viento era casi un vendaval, tan poderosa era su fuerza de absorción.
La noche del miércoles vio la destrucción del corazón mismo de la ciudad. Se usó dinamita en abundancia y muchas de las construcciones que habían enorgullecido a la ciudad fueron derribadas por sus mismos hombres, no habían podido resistir la avalancha de las llamas. El tiempo y nuevamente la exitosa resistencia de los bomberos, y cada vez que las llamas atacaban por los lados o aparecían por detrás, parecía más difícil obtener una victoria.
Una enumeración de los edificios destruidos parecería una guía de San Francisco. Una enumeración de los edificios no destruidos sería una línea y varias direcciones. Una enumeración de las hazañas heroicas llenaría una biblioteca y agotaría los recursos de la Medalla Carnegie. Una enumeración de los muertos nunca será hecha. Los vestigios de su vida fueron destruidos por las llamas. El número de las víctimas del terremoto no será conocido nunca. El sur de Market Street, donde el número de vidas perdidas fue muy elevado, fue la primera zona en incendiarse.
Por increíble que parezca, la noche del miércoles, mientras la ciudad entera colapsaba y rugía hasta la ruina, fue una noche tranquila. No hubo multitudes. No hubo gritos ni clamores. No hubo histeria ni desorden. Pasé la noche en el camino de las llamas, y en todas esas horas terribles no vi una sola mujer llorando, ni un solo hombre nervioso, ni una sola persona cerca de caer presa del pánico.
A lo largo de la noche, decenas de miles de personas que habían perdido sus casas huían de las llamas. Algunos iban envueltos en mantas. Otros llevaban fardos de ropa de cama y sus queridos tesoros caseros. Algunas veces una familia entera arrastraba una carreta de reparto que estaba repleta con sus posesiones. Cochecitos de niño, carretas de juguete y carros eran usados como camiones de carga, mientras que otra persona arrastraba un baúl. Sin embargo todos se veían elegantes. La cortesía en grado sumo. Nunca en toda la historia de San Francisco, su gente había sido tan amable y cortés como en esa noche de terror.

una caravana de baúles
Toda la noche estas decenas de miles de personas huyeron de las llamas. Muchos de ellos, la gente pobre de la zona obrera, huyó durante el día también. Dejaron sus casas colmadas con sus pertenencias. Ahora se han vuelto a encender, arrojando a la calle la ropa y posesiones que han arrastrado durante millas.
Se han aferrado lo más posible a sus baúles, y sobre esos baúles a muchos hombres fuertes se les ha roto el corazón esta noche. Las colinas de San Francisco son empinadas, y es sobre esas colinas, milla tras milla, que los baúles son arrastrados. Por todas partes hay baúles con sus exhaustos dueños, hombres y mujeres. Delante de las llamas había piquetes de soldados, y a razón de una manzana cada vez, estos piquetes se iban retirando conforme las llamas avanzaban. Una de sus tareas era mantener a los que arrastraban sus baúles en movimiento. Las criaturas agotadas, agitadas por la amenaza de las bayonetas, se levantaban y luchaban con las colinas pavimentadas, deteniéndose extenuadas cada cinco o diez pasos.
A menudo, tras remontar una colina desgarradora, se encontraban con otro muro de llamas avanzando hacia ellos en ángulo recto, por lo que se veían obligados a cambiar la dirección de la retirada una vez más. Al final, completamente agotados, trabajando duro durante una docena de horas como gigantes, miles de ellos se vieron obligados a abandonar sus baúles. Aquí los dependientes y débiles miembros de la clase media se encontraban en desventaja. Pero los obreros cavaron hoyos en terrenos vacíos y enterraron sus baúles.

la ciudad condenada
A las nueve de la noche del miércoles caminé hasta el mismo centro de la ciudad. Caminé a lo largo de millas y millas de edificios magníficos y altísimos rascacielos. Aquí no había fuego. Todo se encontraba en perfecto orden. La policía patrullaba las calles. Cada edificio tenía su vigilante en la puerta. Y aún así estaba condenada, toda la ciudad. No había agua. Se estaba agotando la dinamita. Y dos incendios enormes se acercaban en ángulo recto.
A la una de la madrugada caminé hasta el mismo lugar, todo seguía aún intacto. No había fuego. Y aún así había algo distinto. Estaba cayendo una lluvia de ceniza. Los vigilantes de los edificios se habían ido. La policía se había retirado. No había ningún bombero, ningún coche de bomberos, ningún hombre luchando con dinamita. El distrito había sido abandonado por completo. Me detuve en la esquina de Kearney con Market, en el mismísimo corazón de San Francisco. Kearney Street estaba desierta. A una docena de manzanas la calle estaba ardiendo por los dos lados. La calle era una pared de llamas. Y delante de esta pared de llamas, ligeramente distinguibles, había dos miembros de la caballería de los Estados Unidos sentados en sus caballos, observando con tranquilidad. Eso era todo. No se veía ni una sola persona más. En el intacto corazón de la ciudad, dos soldados de caballería estaban sentados sobre sus caballos, mirando.

la conflagración se propaga
La rendición era completa. No había agua. Las alcantarillas se habían quedado secas hacía mucho. No había más dinamita. Se había iniciado otro fuego en la zona alta de la ciudad, y ahora, desde tres frentes distintos la conflagración barría todo a su paso. El cuarto frente se había quemado mucho antes ese mismo día. A ese lado se sostenían tambaleantes los muros del edificio Examiner, el calcinado edificio Call, ardían lentamente las ruinas del Grand Hotel, y se veía destripado, devastado, dinamitado, el Palace Hotel.
Lo siguiente ilustrará el barrido de las llamas y la incapacidad del hombre para calcular su alcance. A las ocho de la noche del miércoles recorrí Union Square. Estaba repleta de refugiados. Miles de ellos se habían tumbado sobre el césped. Se habían levantado tiendas de campaña del gobierno, se había cocinado algo de cenar y los refugiados hacían cola por una comida gratuita.
A la una y media de la madrugada tres lados de Union Square ardían en llamas. El cuarto, donde se levanta el gran Saint Francis Hotel, todavía resistía. Una hora más tarde, el fuego se había iniciado desde el techo y los lados del hotel, que ahora ardía en el cielo. Union Square, con montañas de baúles, estaba desierta. Soldados, refugiados, todos habían huido.

¡una fortuna por un caballo!
Fue en Union Square donde vi a un hombre ofreciendo mil dólares por unos caballos. El hombre llevaba una carreta cargada hasta arriba con baúles de algún hotel. Se había arrastrado hasta aquí creyéndolo una zona segura, y le habían quitado los caballos. Las llamas acechaban por tres lados de la plaza y no había caballos.
También en ese momento, de pie al lado de la carreta, exhorté a un hombre a buscar un lugar seguro cuanto antes. Era un hombre mayor y llevaba muletas. Me dijo: “Hoy es mi cumpleaños. Anoche tenía treinta mil dólares. Compré cinco botellas de vino, pescado caro y otras cosas para mi cena de cumpleaños. No hubo cena y ahora todo lo que tengo son estas muletas”.
Lo convencí del peligro en que estaba y le ayudé a ponerse en marcha. Una hora después, desde la distancia, vi la carreta repleta de baúles arder alegremente en medio de la calle.
El jueves a las cinco y cuarto de la mañana, veinticuatro horas después del terremoto, me senté en la escalera de una pequeña casa en Nob Hill. Junto a mí se sentaron japoneses, italianos, chinos y negros –una muestra de los cosmopolitas restos del naufragio de la ciudad. Hacia arriba se encontraban los palacios de los ricos pioneros del 49. Por el este y el sur avanzaban, en ángulo recto, dos poderosas murallas de fuego.
Entré a la casa con el dueño. Era un tipo agradable, alegre y hospitalario. “Ayer a la mañana tenía seiscientos mil dólares. Esta mañana todo lo que tengo es esta casa. Y desaparecerá en quince minutos.” Señaló un armario enorme. “Esa es la colección de vajilla china de mi mujer. La alfombra sobre la que estamos es un regalo, costó mil quinientos dólares. Pruebe el piano, oiga su música. Hay muy pocos como ese. No hay caballos. Las llamas estarán aquí en quince minutos.”
Fuera de la antigua residencia Mark Hopkins estaba incendiándose un palacio. La policía se estaba retirando y se llevaban a los refugiados con ellos. Desde todas partes nos llegaban los rugidos de las llamas, el estrépito de muros derribándose y las explosiones de dinamita.

el amanecer del segundo día
Dejé atrás la casa. El día intentaba asomarse por encima de la capa de humo que cubría la ciudad. Una luz enfermiza trepaba por encima del rostro de las cosas. En un momento el sol atravesó la capa de humo, rojo sangre, mostrando un cuarto de su tamaño real. La capa de humo misma, vista desde abajo, era de un color rosáceo que revoloteaba y titilaba echando sombras lavanda.
Una hora más tarde, me encontraba caminando lentamente delante de la destrozada cúpula del ayuntamiento. No había una muestra mejor de la fuerza destructiva del terremoto. La piedra de la cúpula se había caído dejando ver el desnudo armazón de acero. Market Street estaba llena con los restos, y en medio de todo el desastre yacían las columnas derribadas del ayuntamiento, destrozadas en pequeños trozos.
Esta zona de la ciudad, con la excepción de la Oficina de Correos y la Casa de la Moneda, era un vertedero de ruinas humeantes. Aquí y allá de entre el humo, arrastrándose con miedo bajo la sombra de muros tambaleantes, ocasionalmente aparecían hombres y mujeres. Era como la reunión del puñado de sobrevivientes tras el día del fin del mundo.

reses sacrificadas y asadas
En Mission Street había una docena de reses, en una ordenada fila desplegada en medio de la calle, como si hubieran sido matadas por las ruinas caídas del terremoto. El fuego había pasado luego y las había asado. Los cadáveres humanos habían sido retirados antes de que llegara el fuego. En otro lugar de Mission Street vi una carreta de leche. Un poste de telégrafo había caído sobre el asiento del conductor machacando las ruedas delanteras. Había bidones de leche regados por todas partes.
Durante el día y la noche del jueves, durante el día y la noche del viernes, las llamas siguieron ardiendo.
La noche del viernes vio la victoria final del fuego. De Russian Hill a Telegraph Hill todo había sido arrasado y las tres cuartas partes de una milla del muelle y dársenas del puerto habían sido barridas.

la última resistencia
La gran resistencia ofrecida por los bomberos el jueves a la noche en Van Ness Avenue. De haber fallado ahí, las comparativamente pocas casas que han quedado en la ciudad hubieran sido arrasadas también. Aquí estaban las magníficas residencias de la segunda generación de los acaudalados de San Francisco, aquí, en terreno sólido, fueron dinamitadas para cortar el paso al fuego. Aquí y allá las llamas saltaban, pero en esta zona los fuegos fueron apagados, usando principalmente sábanas húmedas y alfombras.
San Francisco en este momento es como el cráter de un volcán, alrededor del cual acampan decenas de miles de refugiados. Sólo en el presidio hay por lo menos veinte mil. Todas las ciudades y pueblos colindantes han sido invadidos por personas que han perdido sus casas y que ahora están siendo atendidos por comités de socorro. Los refugiados han sido transportados en trenes gratis adonde desearan llegar, y se calcula que aproximadamente cien mil personas han abandonado la península donde se asienta San Francisco. El gobierno tiene la situación controlada y, gracias a la ayuda brindada por el resto del país, no existe la más mínima posibilidad de hambruna entre los refugiados. Los banqueros y hombres de negocios de la ciudad han estado discutiendo ya sobre los preparativos necesarios para reconstruir San Francisco.